El equilibrio

Una persona que tiende a la pasividad evita decir o pedir lo que quiere o le gusta, se somete fácilmente a la voluntad de los demás y se deja manipular. Respeta a los demás, pero no se respeta a sí misma.

En el lado opuesto, una persona que tiende a la agresividad intenta manipular o someter a los demás con frecuencia y se expresa de forma tan violenta y hostil que llega a descalificarse a sí misma. Defiende en exceso sus derechos e intereses, sin tener en cuenta a los demás.

Entre estos dos polos se encuentra la asertividad, un comportamiento maduro reflejo de una sana autoestima, según el cuál la persona manifiesta sus convicciones y defiende sus derechos sin incomodidad y sin miedo a hacerlo. Mediante esta forma de expresión, la persona transmite de forma clara, directa, amable y coherente sus ideas o sus sentimientos, sin intención de herir, incomodar o perjudicar a terceros. Es un modelo de relación basado en la autoconfianza en el que la persona conoce y defiende sus propios derechos y respeta a la vez los de los demás.

RASGOS PRINCIPALES

Una persona asertiva se caracteriza por reunir algunas (ya que la asertividad completa es imposible) de las siguientes actitudes o conductas:

  • Suele mantener una convivencia plena con los demás: tiende a influir de forma positiva y constructiva y logra desenvolverse con eficacia en su medio personal y profesional. Ha desarrollado unas determinadas habilidades y competencias sociales que suele poner de manifiesto de la siguiente manera:
  • Sabe con frecuencia lo que quiere y suele conseguir sus objetivos sin dañar a los demás.
  • Siente respeto por sí misma y por los que le rodean, y consigue a la vez ser tratada con respeto y dignidad.
  • Dice lo que piensa de forma franca y sincera, es habitualmente escuchada y tomada en serio y expresa sus sentimientos con claridad. Y todo ello en el momento y el lugar adecuados, a la persona indicada y teniendo en cuenta la situación en la que se encuentra. Por contrapartida sabe atender y escuchar a los demás.
  • Realiza sus actos con autenticidad. Es una persona autónoma, con un alto grado de autoconfianza, que suele estar segura de sus ideas y creencias y tiene buena capacidad para realizar lo que cree conveniente, establecer prioridades y tomar decisiones.
  • Resuelve de forma adecuada los problemas que le surgen ya que posee elevadas habilidades de negociación y flexibilidad. No busca “ganar”, sino “llegar a acuerdos”. A la vez, es consciente y asume que puede equivocarse y cometer errores.
  • Sabe pedir lo que quiere o necesita y al mismo tiempo sabe negarse, poniendo límites a los demás cuando lo considera necesario y sin sentirse culpable.
  • Suele tener una buena estabilidad y equilibrio emocional.

Conducta asertiva, un aprendizaje más

La asertividad no es un rasgo que se posea completamente: nadie es puramente asertivo. Es una habilidad que se desarrolla gradualmente y que cada persona muestra en mayor o menor medida según la situación, el contexto o la persona ante la que se encuentra.

La conducta asertiva incluye el lenguaje verbal y el no verbal. Las palabras que utiliza la persona son importantes, pero no lo son menos otros aspectos como el tono de voz, la modulación, la postura corporal, la mirada, los gestos o la expresión facial.

El comportamiento asertivo se puede entrenar. Existen numerosas técnicas y estrategias que pueden aprenderse para lograr una mayor asertividad. Tras determinados síntomas como la ansiedad, la depresión, la inseguridad o los frecuentes conflictos con otras personas, puede esconderse también una carencia de asertividad. Para lograr un óptimo desarrollo de esta competencia puede ser de utilidad la ayuda de un profesional de la psicología.

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