Consecuencias de la pérdida del equilibrio en mayores
Las personas mayores que han sufrido una caída suelen tener una evolución funcional peor que los ancianos que no caen. Aproximadamente el 30% de los individuos mayores de 65 años se cae cada año y de éstos el 5% presenta lesiones mayores como fracturas y otras consecuencias, el 2% precisará hospitalización y de éstos sólo la mitad sobrevivirá al año de la caída. Aproximadamente el 10% de las visitas de los ancianos a urgencias son debidas a caídas.
Así pues, el mito popular de que el abuelo que se cae y se rompe la cadera tiene poco tiempo de vida es bastante aproximado. El motivo de esta evolución tan desfavorable en general viene dado por las complicaciones tanto médicas como psicológicas e incluso socioeconómicas.
Complicaciones a raíz de la caída
Las complicaciones médicas son por el propio traumatismo de la caída (fracturas, contusiones, heridas, traumatismos craneoencefálicos, etc.) o por la estancia prolongada en el suelo, al no poder levantarse el individuo por sus propios medios (destrucción muscular, úlceras por presión, deshidratación, infecciones respiratorias por broncoaspiración, hipotermia, etc.), y que se relacionan con una peor evolución y una mayor mortalidad.
La principal consecuencia psicológica es el “miedo a volver a caer”, en el que la persona mayor que ha caído restringe sus actividades habituales por miedo, es decir, no salen a la calle por miedo a tropezar, no realizan la higiene habitual y el vestido por miedo a tropezar, etc.
Esto también provoca pérdida de autoconfianza, ya que los ancianos con este problema se sienten torpes e inútiles, lo que en ocasiones deriva en un cuadro depresivo, una mayor dependencia para las actividades de la vida diaria y una mala percepción subjetiva de su salud. Como respuesta suele haber una sobreprotección por parte de los cuidadores, ya que para evitar una nueva caída éstos, con los mejores deseos, realizan las actividades que se consideran de riesgo, a veces aún en contra de las habilidades y deseos de la persona mayor.
Otras consecuencias
Estas secuelas médicas y psicológicas provocan y aumentan inmovilización del anciano y a partir de aquí una cascada de acontecimientos, aumento de la fragilidad y de la dependencia, de tal manera que se puede llegar, por un resbalón con fractura de cadera, hasta la institucionalización o incluso la muerte.
- Aislamiento social y cambios en los hábitos de vida del paciente, por el miedo a salir del domicilio.
- Aumento de la necesidad de cuidadores, tanto formales como informales, por el aumento de dependencia en las actividades de la vida diaria.
- Aumento de sus necesidades de recursos profesionales por las complicaciones agudas o derivadas de la inmovilidad.
- Incremento de las necesidades de recursos sociosanitarios.
- En casos extremos se podría tener que recurrir a una institucionalización del anciano.
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