El proceso de envejecer modifica las necesidades nutricionales con respecto a las de los adultos de menos edad. Estas diferencias no sólo vienen dadas por los cambios orgánicos propios de la vejez, sino también por factores económicos, sociales y de hábitos previos. Además, todo hecho que produzca por sí mismo limitación crea un círculo vicioso de malnutrición, fragilidad, enfermedad crónica y dependencia.
Es por esto que la valoración del estado nutricional y de los hábitos alimentarios de las personas mayores es fundamental en la valoración geriátrica integral.
En primer lugar, como en todos los aspectos de esta valoración integral, se realiza un interrogatorio para averiguar antecedentes patológicos, con especial interés en problemas gastrointestinales (enfermedades que puedan causar malnutrición por malabsorción), enfermedades que precisen regímenes dietéticos muy limitados (por ejemplo insuficiencia renal o hepática), presencia de diabetes mellitus, o en las que haya necesidades energéticas especiales (como pasa en las enfermedades respiratorias crónicas).
Seguidamente se preguntará sobre los hábitos de alimentación, es la llamada “encuesta nutricional”. Hay múltiples formas de realizarla, como mediante un interrogatorio directo de todos los alimentos del día anterior, o con un registro de las ingestas en un periodo de tiempo determinado (por ejemplo una semana), o bien a través de encuestas ya validadas previamente y que son de amplio uso entre los nutricionistas y que pueden ser cumplimentadas bien directamente por el paciente o sus cuidadores, bien por el profesional.
Para tener una idea del estado de la masa grasa se pueden usar varias técnicas: medida del pliegue tricipital (la zona posterosuperior del brazo), el pliegue subescapular (por debajo de la paletilla) o el pliegue suprailíaco (por encima del hueso de la cadera). También se usan la circunferencia del brazo o del muslo, que además da una idea de la masa muscular, y la relación entre las circunferencias de cintura y cadera, que se está estableciendo como indicador de riesgo cardiovascular, ya que informa de la presencia o no de obesidad abdominal (directamente relacionada con la presencia de grasa visceral). Los valores adecuados de este índice cintura/cadera son mayor de 1 en varones y mayor de 0,85 en mujeres.
En casos en que interese no sólo conocer la cantidad de masa grasa, sino tener también una aproximación de la masa muscular, es posible inferirla a través de su función mediante pruebas como la medición de la fuerza de prensión de la mano a través de una dinamometría, en la que a mayor fuerza de prensión, más masa muscular y en mejor estado y, por supuesto, menor fragilidad.
Otro aspecto importante en la valoración nutricional son los parámetros analíticos. Se determinan en sangre los valores de hemoglobina y hematocrito para estudiar la presencia de anemias (por déficit de ingesta de vitaminas o de hierro, problemas en su absorción o utilización por el organismo). También se estudian las proteínas totales y la albúmina sérica, ya que una hipoalbuminemia puede traducir un déficit de ingesta, problemas de malabsorción o aumento de las necesidades.
La hipoalbuminemia se ha relacionado en diversos estudios clínicos con la fragilidad y dependencia en las personas mayores. La valoración del perfil lipídico no sólo es necesaria para la determinación del riesgo cardiovascular, sino también porque una disminución acusada del colesterol total y de los triglicéridos puede ser indicativa de malnutrición. También se suelen solicitar los niveles de vitaminas como la B12 (en la vejez puede haber malabsorción o problemas de ingesta), la D (déficit de ingesta y de exposición solar, ya que se sintetiza en la piel por las radiaciones ultravioletas) y de micronutrientes como el calcio y el fósforo (vitales en el metabolismo del hueso, junto a la vitamina D), hierro, magnesio, zinc, selenio y otros.
En determinados casos puede ser interesante conocer más a fondo la composición corporal, no sólo en masa grasa y magra, sino también en masa ósea. En estos casos, excepcionales en la clínica habitual, se puede usar la resonancia magnética y la densitometría ósea (más usada en el estudio de la osteoporosis como factor de riesgo de fracturas que en el estudio del estado nutricional).
Con los datos recogidos a lo largo de esta valoración nutricional se puede tener una idea de los hábitos de alimentación del paciente, de cómo está nutrido y de cuáles son sus necesidades y deficiencias Esto permitirá establecer unas pautas y consejos individualizados, de manera que sean los más adecuados a la situación de la persona anciana.
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