¿Qué hacer si tu hijo pega?
Resumen del contenido
Pediatra, experta en acupuntura y nutrición oncológica. Actualmente lidera la Unidad de Oncología Pediátrica Integrativa del Hospital Sant Joan de Déu Barcelona. Ha sido pionera en España desarrollando la acupuntura infantil como un procedimiento médico complementario, seguro e indoloro. Compagina su trabajo con la docencia.
No hay nada más agobiante que ver a tu hijo pegar, morder o empujar a otro. Nos parece violencia, pero, en esas edades, no es eso exactamente. Aunque nos cueste creer es una etapa normal del niño pequeño, entre los dos y cuatro años y, al igual que las rabietas, es fruto de la falta de recursos comunicativos y habilidades sociales.
En esta etapa, los niños actúan por pulsiones, no tienen autocontrol ni un lenguaje suficientemente rico como para expresar lo que sienten. Además, les cuesta entender sus emociones y no saben como gestionarlas.
¿Cómo actúa el niño entre los 2 y 4 años?
Es completamente normal y evolutivamente aceptable que aparezca alguna forma de agresividad entre los dos y los cuatro años. Hay dos motivos fundamentales:
- Baja tolerancia a la frustración.
- El inicio de las interacciones sociales, surgiendo los primeros e inevitables conflictos.
En esta etapa el niño se enfada cuando las cosas no ocurren como él desearía y, debido a las carencias que hemos comentado antes (lenguaje, gestión emocional y habilidades sociales) manifiestan su frustración pasando a la acción: llorando, gritando, haciendo rabietas, pegando, mordiendo o empujando. Por ello es importante ayudarles a manejar la frustración.
¿Cómo deben actuar los padres?
Debemos intervenir, pero no desde la regañina o el castigo, sino desde la contención, la empatía y la calma. Cuando un niño pega o empuja a otro niño o adulto es porque está enfadado o está cansado. Estas dos emociones son detonantes de conductas automáticas que intentan “decir” o que no está de acuerdo con lo que pasa (por ejemplo, no quiere compartir el columpio del parque con otro niño) o bien está agotado, quiere desconectar de lo que hace y se siente muy a disgusto.
Para diferenciar ambas situaciones es fundamental conectar con nuestro hijo, bajarnos a su nivel desde la calma, analizar qué está pasando y en qué contexto y, lo más importante, poner palabras a lo qué está sintiendo.
Puede sonar obvio, pero es fundamental que los adultos prediquen con el ejemplo y eviten reaccionar con agresividad ante situaciones frustrantes.
Pasos que conviene seguir cuando es tu hijo el que pega
- Apartar al niño de manera firme pero cariñosa para poder hablar con calma.
- Si llora, contenerlo con cariño, con abrazos.
- Explicar de manera sencilla que pegar, empujar o morder no son formas correctas de conseguir las cosas.
- Es necesario que comprenda que no se debe pegar o morder porque hace daño a los demás y que debe disculparse por su comportamiento.
- Poner palabras a su estado de ánimo, para que vaya reconociendo poco a poco sus emociones: “sé que estás cansado, triste, enfadado…”. Es una herramienta indispensable para la educación emocional.
- Empatizar con él, explicarle que tú también a veces te enfadas o no te gusta lo que hacen otras personas.
- Mostrarle modos de actuar diferentes para conseguir un objetivo.
- Advertirle que si vuelve a hacerlo volverá mamá o papá a apartarlo de la zona de juegos.
- Valorar, en función de la situación emocional del niño, regresar a casa, a un ambiente conocido y tranquilo.
Vale la pena recordar que en momentos de alegría extrema los mordiscos están a la orden del día y nuestro hijo nos puede demostrar su emoción con un buen mordisco. En estos casos, cómo actuar, es muy similar a lo explicado anteriormente: contener, empatizar y poner palabras.
¿Podemos evitar estas situaciones?
A pesar de que es una fase normal y muy frecuente en los niños pequeños, conocer a tu hijo y anticipar las posibles situaciones de riesgo es fundamental para evitar situaciones bochornosas. Por ejemplo, quizás un viernes por la tarde, si ves a tu hijo cansado, no es lo más conveniente llevarlo al parque a compartir palas, cubos y toboganes. No está en su mejor momento.
Con la intervención adecuada, esta conducta se resuelve con el tiempo, con la madurez del niño y con el desarrollo del lenguaje.
No deja de ser un aprendizaje social para el pequeño que, correctamente gestionado por los adultos, le dará muchísimas habilidades y recursos. A partir de los cuatro años, de manera progresiva van sustituyendo estas conductas impulsivas por otras más reflexivas y comunicativas.
Nunca está demás consultar a un psicólogo si la conducta del niño se vuelve más agresiva.
Lo que debes saber…
- En estos casos, como padres, claro que debemos intervenir, pero no desde la regañina o el castigo, sino desde la contención, la empatía y la calma.
- Es fundamental que los adultos prediquen con el ejemplo y eviten reaccionar con agresividad ante situaciones frustrantes.
- A partir de los cuatro años, de manera progresiva van sustituyendo estas conductas impulsivas por otras más reflexivas y comunicativas.
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